Curro, esencia y verdad en la plaza: una tarde de toreo puro
Curro emociona y deja huella en una tarde inolvidable.
La tarde prometía emociones, y Curro no defraudó. Desde el primer lance, se sintió el aroma del toreo eterno. Recibió a su primero con el capote desplegado como un lienzo, dibujando verónicas de extraordinaria estética que hicieron vibrar los tendidos. Fue un saludo de los que no se olvidan, donde cada movimiento tenía alma.
Con la muleta, Curro se desnudó como torero. Salió el toreo puro, el que no necesita adornos ni artificios. Temple, profundidad y verdad en cada pase. La faena creció en intensidad y pronto conectó con el público, que respondió con ovaciones sinceras. Sin embargo, la espada, siempre juez implacable, le negó los máximos trofeos. Pero el arte ya estaba sembrado.
En su segundo, Curro volvió a tocar el cielo. El toro, de capote, se mostró imposible, sin entrega ni recorrido. Pero el torero, lejos de rendirse, se la jugó entre los pitones. Ahí, en ese terreno donde solo los valientes pisan, Curro mostró firmeza y valor. El público, consciente del riesgo y la entrega, aplaudió con fuerza.
La faena, marcada por el clasicismo y el arte, culminó con una gran estocada, rotunda y en todo lo alto. Fue el broche de oro a una actuación que quedará en la memoria de los aficionados.
Curro no toreó para las estadísticas, toreó para la historia. Y en esa plaza, por momentos, el tiempo se detuvo.