El pasado 22 de septiembre asistí a una resurrección. La plaza de toros de Laujar de Andarax, en plena Alpujarra almeriense, volvía a cobrar vida. De nuevo volvía a celebrarse el rito taurómaco en un recinto que permaneció en un limbo prolongado durante más de una década, y cuando ya el abandono amenazaba con convertirlo en una ruina. Ese domingo lució como una plaza a estrenar, primorosamente remozada: los muros blanquísimos, las maderas oscuras en las barreras y en los portones, los negros enrejados en las balconadas, el colorido de las banderas ondeando en sus mástiles… Todo perfectamente dispuesto para que, por fin, los alguacilillos (jóvenes alguacilillas femeninas, en este caso) iniciaran el protocolario despeje y comenzara la corrida. La magia genuina de la tauromaquia.
De nuevo el mugido restallando en la tarde. El golpe seco, leñoso, de los pitones rematando en los burladeros. De nuevo las crines de los caballos rejoneadores flameando al viento. El giro rosado y preciso de los capotes para conducir las bruscas embestidas inaugurales. De nuevo la arena amarillenta de sol derretido esperando a ser regada por las primeras gotas de sangre brava. La incertidumbre de la herida en el cuerpo del torero levantado del suelo por la poderosa cabeza del cornúpeta. De nuevo la salva de aplausos, repetida en eco por las montañas circundantes, al rematar una serie de pases de muleta con la gallardía de un desplante. El son animoso, triunfal, del pasodoble. De nuevo la fiesta de los toros en la Alpujarra, emocionante, fastuosa.
Y es que, y de acuerdo a los tiempos que corren (lo digo por el imperante antitaurinismo instalado en las más altas esferas del poder), los aficionados seguimos de enhorabuena. El pequeño milagro hay que achacarlo en esta ocasión a la Diputación Provincial de Almería y a la alcaldesa de Laujar de Andarax, Almudena Morales. Tras la reapertura, a lo largo de esta temporada, de plazas como las de Cáceres, Lorca, Ciudad Real o Móstoles, ahora contamos también con este centenario coso alpujarreño. Y será un verdadero placer volver a sentarse en sus graderíos cada vez que el toro se erija en protagonista de esta fiesta tan nuestra, tan universal, de un misterio tan inabarcable.
Miguel Vega, septiembre de 2024